domingo, junio 27, 2010


Las rayas del cuaderno son celestes. Casi como el paquete de Kesitas que reposa sobre el Ron.

Coca. Limón.

En la heladera "No es vos. No te pertenece".

Tenemos algo para ver.

Ella se va a acostar.

Él va partiendo.

Más limón. Ahora burbujas, lluvia, autos.

Un candombe en la alfombra.

Una flor en el pelo, un clavel en el balcón.

Él se va y ella siente alivio.

Se va a soñar con la luna pegada en la ventana.

domingo, junio 20, 2010

Resulta que algunos clientes de My Café vienen siempre a la misma hora y siempre piden lo mismo.

Sospecho que no vienen por el café.

Ellos buscan una mirada, una sonrisa que los haga sentir parte.

Ya los tengo calados. Les pregunto qué van a pedir sólo por espectáculo: ya antes de ir a la mesa había hecho el pedido.


Hay tres griegos que entre las ocho y las nueve de la mañana vienen a desayunar. Uno, el más grandote, se pide cuatro piccolos, los otros tres se toman un flat white. El acento griego se oye rudo, por momentos me intriga mucho de qué hablarán.



Hay un pelado que siempre desayuna acá. Se pide las french toasts. A veces me equivoco y, en vez de llevarle el long black que siempre pide para acompañarlo, le llevo un capuccino o cualquiera de las nueve formas que tienen de llamar acá en Canberra al café. Jamás se quejó.

Alrededor de las nueve de la mañana llega Peter y se pide un soy latte que lo mantenga calentito mientras escribe váyase a saber qué en una agenda con una letra ínfima y constante. Me sonríe y me pregunta acerca de mi país, Argentina, que tan lejos está y que allá también es otoño y que si voy a volver, si extraño y que le gustaría oírme cantar un tango. En alguna oportunidad le relojeo lo que escribe, sólo por curiosidad.


Una mañana más en el barrio de Manuka.


Mientras, espero mi break de media hora los días de semana donde me tomo un momento para mirar a las cacatúas que vuelan tan libres en este cielo inmenso y celeste, ese mismo cielo que se ve desde la Avenida Córdoba al 3500 en Buenos Aires, de donde me fui y a donde no sé si volveré.

lunes, junio 14, 2010


Preguntó la hora cuatro veces.
- Ten to four - contesté las cuatro veces con mi cara más amable.
Quedaban dos horas en el Café Gaudí y este personaje particularmente, me descolocó. Era una mujer. Vaya Dios a saber su edad: acá en Canberra todavía no distingo las edades de la gente, todos parecen suspendidos en el tiempo, como si no existiera, como si siempre hubiera sido así.
Llevaba una bolsa en la mano y un gorro de lana roja en la cabeza. Miraba hacia los costados.
-Cubrime en aquél rincón que voy a pasar - me dijo. Acatando órdenes por inercia, lo hice: cubrí sus espaldas para que saliera del shopping en paz. A esta "loca" de pelo cortito ya la conocen todos acá en el Westfield Centre. Supongo que en unos meses me sumaré a la corriente de no entenderla e ignorarla, no ayudarla, sin piedad. Vaya a saber uno quién es el cuerdo y quién el loco acá. ¿Qué habrá en esos rincones? ¿Qué es eso que teme?

Poco tiene que envidiarle a la "Vieja Besuquera". La primera vez que le llevé un café me pidió que le sacara una foto. Me agradeció con un abrazo que no le negué y ahora, cada vez que le llevo un café ando con miedo de sus demostraciones de afecto. Me da un poco de risa. Miedo a que me abrace jajaja!

También hay un hombre que entra y da órdenes como si fuera el dueño: no lo conoce nadie. Esta tarde me apuntó con un cuchillo y rió malévolamente. Supongo que fue puro teatro.

Es cuestión de seguir atendiendo las mesas y estos temas escribirlos por la noche mientras todos duermen.

pd: Hoy conté las sillas que entro cuando cerramos el local por la tarde: ciento dieciocho!!